
Alex y Ana solo tenían dos cosas en común: la inicial y un teléfono celular. Pero eso bastaba.
No se conocían en persona, únicamente se habían visto en redes, se gustaban y un poquito más, pero ni siquiera se hablaban.
— Hola, morena, piel de fuego. – fue el primer mensaje que Ana recibió de él. Algo sucedió al instante en ella cuando lo leyó que sus pezones se erizaron como el vello de su piel y sintió un fuerte latido en donde ella bien sabía encontrar su punto G.
No sabía darle explicación a la reacción. Era sólo una línea. Un mensaje de alguien que ni siquiera le había tocado físicamente.
- Hola, guapo de mil colores – respondió en señal de que aceptaba la entrada y a las decenas de tatuajes que cubrían a este hombre de piel blanca, ojos grises y labios gruesos y permanentemente rojos.
Ana se mordió el labio esperando su respuesta. Ésta llegó de inmediato.
- Pensé que no me ibas a responder. Tengo mucho tiempo viéndote y queriendo escribirte. Conocerte. Pero sabes por qué no lo había hecho.
Y en efecto, ella lo sabía, era una mujer casada de las que aparentan cuentos de hadas y esa es la mejor manera de mantener alejados a los cobardes, cosa que él iba a demostrarle, no era.
Sólo hicieron falta unas muy pocas frases en intercambio para pasar al punto al que se iba a llegar con más o menos vueltas. Siempre le gustó eso a Ana, los hombres que te decían la verdad desde el inicio, sin mentiras, ni tonterías de amor e ilusiones que no se sienten. La deseaba sólo de verla y era correspondido.
Las reglas fueron puestas, ante todo, el silencio y el secreto. Después vinieron, los números de teléfono.
- Quiero verte y cogerte – soltó Alex sin más ni más
- Quiero que me cojas – respondió ella con toda la sinceridad que le emanaba de las caderas que parecían buscarlo. – Pero… ¿qué me vas a hacer cuando me veas? – le deseaba y necesitaba imaginarlo para que, al conocerse, supieran reconocerse.
- Lo que tú quieras que yo te haga. Tú me vas a mandar. Serás dueña de mi cuerpo.
- No fue lo que pregunté. – contraatacó. – Detállame todo lo que vayas a hacerme.
- Para que se te antoje de verdad, déjame enseñarte algo. ¿Puedes hacer una videollamada? – acto rápido, movimiento hábil.
- No puedo. No estoy sola y necesito estarlo si algo voy a ver de ti. – odiaba que nunca tenía privacidad ni soledad y hoy lo hacía más que nunca.
- Está bien. No hace falta. – respondió y el teléfono cayó en silencio por aproximadamente más de 15 minutos.
Ana esperó, si le molestaba eso, mejor. Lo deseaba pero también necesitaba que entendieran lo extraño de su situación.
El teléfono vibró y su cuerpo al unísono. “Video” decía la notificación. Al abrirlo primero le vio la cara completa, los ojos de ese color que la enloquecían, una de las cejas rapada en una esquina albergando una perforación, bajando por su boca que lucía mucho más roja e hinchada por la sangre que le corría por todo el rostro tiñéndolo de un color que le quitaba lo blanquísimo que era.
Él sabía lo que hacía. La cámara bajó despacio. Le mostró los tatuajes del cuello, los del pecho, el de la cadera, donde ella detuvo en el lunar que él poseía y llegó a la zona cumbre, lento. Había lubricado inicialmente su mano con algo y se tocaba el pene como si le leyera la mente y ella fuese quien lo estuviese haciendo. Volvió a subir la cámara a su cara.
Ahora le vio guiñarle un ojo y morderse los labios mientras pasaba unos dedos por ellos y mostraba su viperina lengua para humedecerlos. Una perforación más en la punta de ésta. Ella sabía las maravillas que eso podía hacer en persona en su cuerpo.
Regresó su mano, que era increíblemente insuficiente para cubrir su miembro, hacia él y la posición de la cámara cambió. Ahora lo tenía en toda su pantalla, siendo más hermoso de lo que lo hubiese deseado. Vio su gran tamaño, su vasto volumen y las venas que brotaban de él y notó en la periferia, que las de sus brazos fuertes y tonificados, seguían la misma acción.
El teléfono tomó una nueva posición. Y ella lo vio tocarse, sentirse, disfrutarse, desde el pene que ya estaba totalmente erecto, hasta los ojos que mantenía cerrados y los gestos de placer que acompañaban el cuadro. Lo escuchó gemir despacio, suave e ir incrementando el sonido hasta volverse una deliciosa queja de placer que también iba creciendo.
Ana no pudo evitarlo más. Se fue al baño y antes de ver el final del video, se acomodó en el suelo, se quitó las bragas y encontró en un segundo la zona que llevaba minutos palpitándole y gritándole que lo deseaba, pero dentro de ella. Se acarició al ritmo de él. Imaginando que eran sus dedos quienes suavemente hacían círculos en ella. Sintió, sin saber cómo, su boca succionar levemente y hacerla hinchar también. Sus gemidos eran silenciosos pero se acompasaron a los de Alex, e introdujo dos dedos en su vagina que entraban y salían al ritmo que la mano del video subía y bajaba por esa majestuosa parte de su ser . De alguna manera, los movimientos se igualaron y, en ese momento, ella quitó la pausa. Lo sentía, sabía que venía. Sus caderas se alzaban buscándolo físicamente con desesperación, su espalda se arqueaba y sus jadeos subieron unos decibeles.
Él aceleró la velocidad de sus manos que se alternaban para el trabajo y ella, que ya tenía también la mano que le quedaba libre tocando sus pechos, incrementó el tempo con que los dedos jugaban entre salir, entrar y tocar en círculos su clítoris.
Alex rompió en una eyaculación sonora y abundante. Ana en una que la hizo morder su ropa para ahogar el grito que clamaba por nacer pero que humedeció hasta el suelo en donde estaba echada de espaldas.
No puso grabarse en el acto. Así que sólo alcanzó a tomar un video corto del resultado donde ahora era ella con tan solo una playera blanca que, de lo transparente, dejaba ver lo hinchado y oscuro de sus pezones y con la espalda ya en la pared, le mostraba el resultado de su video. Con las rodillas flexionadas, se acercó la cámara a la vulva depilada que mostraba sus labios inflamados y palpitando de sangre y de deseo por más de él, junto con los dedos humedecidos por su propia “venida”. Hizo unos círculos nuevamente en el clitoris, en espera de que el extasis bajara…pero no lo hacía, así que lo hizo para mostrárselo. Se quitó con una mano la playera y le mostró todo su cuerpo sin más ni más. Tatuada estaba ella desde el cuello hasta los tobillos también y todo eso y más se guardó en ese archivo.
Lo mandó…
Hubo silencio por treinta minutos. Mismos que ella aprovechó para retomar la compostura de una esposa que no se había metido al baño a masturbarse con un video en tiempo real de la persona que era objeto de su deseo.
Se mojó la cara, lavó las manos y vistió. Salió cuando creyó que su rostro ya no lucía en total excitación.
Se metió a la cama en silencio.
El teléfono vibró.
- ¿Eso hiciste con mi video? – preguntó él. Y a Ana, la sangre se le elevó de nuevo al rostro.
- Eso y más. – respondió honestamente mientras la respiración volvía a cambiar de ritmo.
- Me lo hice de nuevo con tu video.- asestó Alex.
Ella ya no encontraba las palabras para expresarle que le urgía sentirlo a él dentro de ella, prenderse de sus caderas, que él apretara el tatuaje que ella tenía en el mismo lugar que él su lunar y le enloquecía. Mientras las buscaba, un mensaje más llegó.
- Me preguntaste qué te haría. Te debo esa respuesta. Pero vamos a empezar, ya que “rompimos el hielo”, por una videollamada.
Ana, con dedos temblorosos alcanzó a escribir:
- Sí. Te marco yo. Ten el teléfono en donde puedas mantener las manos libres que las vas a ocupar. – Y corrió a encerrarse nuevamente al baño…