
Bienvenidos a esta tercera parte de “Entre la fantasía y la realidad”, este espacio está destinado a relatos, que como lo menciona el título, les comparto una posible anécdota, simple fantasía o una mezcla entre ambos.

La noche era cálida, el aire olía a sal y a cerveza derramada. La cantina estaba llena de risas, pláticas y meseros que iban en todas direcciones. Yo estaba sentado en una esquina, con un tarro de cerveza y unos amigos. No buscaba nada en particular, pasaba el rato con amigos y contandonos anécdotas. Fue entonces cuando la vi.Ella estaba al otro lado del lugar, con un vestido negro que se ajustaba a su cuerpo como si hubiera sido hecho especialmente para ella. Su cabello caía en ondas sobre sus hombros, y sus ojos, oscuros y penetrantes, se encontraron con los míos por un instante que pareció durar una eternidad.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, una corriente eléctrica que despertó algo en mí que no creí poder sentir esa noche.Ella sonrió levemente, como si supiera exactamente lo que estaba pensando, y levantó su copa en un gesto casi imperceptible. Yo respondí con un leve asentimiento, y antes de que me diera cuenta, estaba caminando hacia ella, sabiendo que mis amigos entenderían.—¿Que tal, te puedo invitar algo del lugar? —pregunté, tratando de que mi voz sonara segura, aunque por dentro sentía que el suelo temblaba bajo mis pies.—Depende —respondió ella, con una voz suave pero cargada de una sensualidad que me hizo contener la respiración—. ¿Qué tienes en mente?—Solo una conversación —mentí, sabiendo que ambos estábamos jugando al mismo juego.
Ella rió, un sonido bajo y melodioso que me hizo desear escucharlo una y otra vez. —Conversación, ¿eh? —dijo, acercándose un poco más—. Podríamos empezar por ahí.Pasamos las siguientes horas hablando, riendo, compartiendo historias que parecían triviales pero que estaban llenas de dobles sentidos y miradas que decían más que las palabras. En un momento recibí un mensaje de mis amigos deseándome suerte.
Con cada sorbo de nuestra bebida, la tensión entre nosotros crecía, hasta que ya no pude resistirlo más.—¿Y si nos vamos de aquí? —pregunté, tratando de mantener la calma, aunque mi corazón latía con fuerza en mi pecho.Ella me miró fijamente, como si estuviera evaluando mi propuesta, y luego asintió lentamente. —Sígueme —dijo, tomando mi mano y guiándome hacia la puerta.
El motel estaba a pocas cuadras, pero el camino pareció durar una eternidad. Cada paso, cada roce de su piel contra la mía, avivaba el fuego que ardía dentro de mí. Cuando finalmente llegamos a la habitación, ella cerró la puerta detrás de nosotros y me empujó contra la pared, sus labios encontrando los míos con una urgencia que me dejó sin aliento.—No te apresures —susurró entre besos, sus manos deslizándose por mi pecho—. Quiero que me hagas sentir cada segundo.Yo asentí, tratando de mantener el control, pero ella tomó las riendas, guiándome con una confianza que me dejó maravillado.
Me mostró cómo tocarla, cómo hacerla gemir, cómo hacerla perder el control. Cada movimiento, cada caricia, era una lección en placer, y yo estaba más que dispuesto a aprender.La noche se desvaneció en un torbellino de sensaciones, de susurros y gemidos, de piel contra piel. Y cuando finalmente nos derrumbamos el uno en los brazos del otro, exhaustos pero satisfechos, supe que esta noche sería inolvidable.