
El Encanto del Relajamiento
Bienvenidos a esta primera parte de “Entre la fantasía y la realidad”, este espacio está destinado a relatos, que como lo menciona el título, les comparto una posible anécdota o simple fantasía.

Llevaba semanas acumulando estrés. El trabajo y la rutina habían convertido mis días en un torbellino de tensiones constantes. Cada noche antes de dormir, sentía mi cuerpo rígido, casi ajeno, como si se negara a obedecerme. Necesitaba hacer algo al respecto.
Fue durante una de esas noches que recordé una conversación casual con un amigo, él había mencionado los spas como una experiencia relajante. La idea me pareció tentadora. Con mi teléfono en mano, busqué opciones cercanas y encontré un lugar que prometía un “masaje de cuerpo completo contra el estrés”. Sin pensarlo demasiado, reservé una cita para el día siguiente.
El spa, al llegar, superó mis expectativas. Un lugar discreto, elegante, donde cada detalle estaba diseñado para invitar a la calma. La recepcionista, con una sonrisa amable, me indicó que esperara en una pequeña sala mientras preparaban todo. Allí, rodeado por el aroma suave de aceites esenciales y el murmullo de una música ambiental, sentí que ya empezaba a relajarme.
“Hola, soy Denisse. Estaré a cargo de tu sesión hoy”, escuché, y al voltear estaba una chica con una sonrisa serena y una voz que parecía envolverme en calidez. Me condujo a una habitación privada, donde la luz tenue y el aroma a lavanda creaban un ambiente que me llenó de confianza.
“Ponte cómodo”, continuó, señalando la camilla perfectamente preparada. “Voy a encargarme de que salgas de aquí como nuevo”.
Obedecí, despojándome de todo excepto la toalla ligera que envolvía mi cintura y me recosté en la camilla de masaje. La sensación de sus manos al inicio del masaje era precisa, casi profesional, pero había algo en su toque: una calidez intencionada, una cercanía que iba más allá del simple deber. Sus movimientos firmes recorrían mi espalda, deshaciendo los nudos con una destreza casi mágica.
Cuando sus dedos bajaron hacia la base de mi columna, sentí un escalofrío que no era frío, sino algo más primitivo. Fue cuando sus palabras rompieron el silencio:
“¿Te gustaría algo más… especial? Un masaje nuru, tal vez. Es… muy relajante”.
Sin saber exactamente que era un masaje nuru, acepté.
“Voy a preparar el masaje nuru”, dijo en un tono que combinaba profesionalismo y algo más que no podía identificar del todo. Se apartó con una gracia hipnótica, deslizándose hacia una pequeña mesa donde el gel brillante descansaba en un cuenco de vidrio, delante de donde tenía la vista. Lo calentó en sus manos, frotándolo lentamente, como si se tratara de un ritual secreto.
“Relájate. Esto es muy diferente a lo que has probado antes”.
Su voz tenía un matiz dulce, pero firme, que anulaba cualquier duda. Apagó las pocas luces que quedaban, dejando solo un resplandor cálido que hacía que el espacio se sintiera casi irreal, como un sueño.
El primer contacto fue inesperado. No fue con sus manos, sino con su cuerpo, desnudo, cálido, y perfectamente sincronizado con cada movimiento. Se deslizó sobre mí con una suavidad que parecía desafiar las leyes de la fricción, el gel creando una conexión fluida entre nuestras pieles.
Sus movimientos eran lentos, deliberados, como si cada centímetro de mi cuerpo mereciera su atención total. Podía sentir el peso ligero de su pecho presionándose contra mi espalda mientras su aliento cálido rozaba mi oído. Bajaba, subía, dejando una sensación electrizante en su camino.
El gel intensificaba cada sensación, y su piel contra la mía se sentía como agua tibia envolviéndome por completo. Era un arte que requería precisión, y ella lo ejecutaba con maestría. Cada desliz era un paso hacia un abismo de placer que nunca había experimentado antes.
En un momento, se detuvo, colocando sus manos en mis hombros. Su respiración era audible ahora, más profunda, más pesada. “Quiero que te voltees”, susurró. Había algo en su tono, una mezcla de necesidad y deseo que ya no podía disimular.
Me giré lentamente, y nuestros ojos se encontraron. El masaje había dejado de ser una técnica; era una conversación silenciosa entre dos cuerpos. Se movió con una decisión más intensa esta vez, su cuerpo alineado con el mío mientras continuaba deslizándose, explorando cada rincón, cada curva.
Sus labios rozaron los míos, primero como una pregunta, y luego como una afirmación. El masaje nuru había dejado de ser un servicio. Ahora era un preludio inevitable, un lenguaje que hablábamos sin palabras.
Lo inevitable sucedió, sin palabras, sin sonidos exagerados, pura y simple pasión, olvidando incluso el momento en que me aplicó protección.
El tiempo parecía no avanzar mientras estábamos compartiendo el momento a la par. Nuestros movimientos se volvieron sincronizados, un lenguaje silencioso entre dos cuerpos que se entendían sin palabras. La atmósfera en la habitación cambió por completo, cargada de una electricidad suave y envolvente.
Cuando todo terminó, el aire se llenó de una calma distinta, una que no venía de la música suave o el aroma a lavanda, sino de la conexión compartida. Ella se recostó sobre mi pecho, dejando escapar una risa breve, casi tímida.
“Creo que necesitabas más que un simple masaje”, susurró, con una chispa de humor en su voz.
Asentí, incapaz de decir más. Y mientras me quedaba allí, mirando el tenue resplandor de las velas, supe que había encontrado mucho más que relajación en aquel pequeño rincón del mundo.